Hoy, Día Universal del Niño, queremos dedicar este espacio a los más pequeños de la casa, para conocer cuáles son las necesidades más importantes para su desarrollo emocional y cómo podemos abordarlas. Es importante recordar que los niños poco a poco van construyendo sus recursos emocionales, así como la visión acerca de sí mismos, de los demás y del mundo, lo que va a condicionar su autoestima y sus relaciones con los demás. La infancia es un período de dependencia, en la que estos procesos se van a configurar en función cómo los apoyemos, acompañemos y estimulemos en este camino. Sabemos que queremos darles lo mejor, pero no siempre sabemos cómo hacerlo. Por eso queremos sintetizar algunos consejos que nos ayuden en esa tarea de saber lo que necesitan y cómo poder satisfacerlo.
El apego: el niño necesita seguridad, proximidad y consuelo
Una de las necesidades fundamentales del niño es la del apego, que se refiere a la construcción del vínculo emocional entre el pequeño y sus cuidadores, que le proporciona seguridad y consuelo. Es una necesidad innata que ayuda a la supervivencia, la cual se activa en momentos de angustia y malestar, promoviendo que el niño busque la proximidad y el contacto con sus figuras de referencia, para poder recuperar la sensación de seguridad y poder regularse.
El tipo de apego se consolida en el primer año de vida, estableciendo un estilo definido a los 8 meses, en función de cómo han sido las experiencias de contacto entre el bebé y los cuidadores. Así se va determinando sus formas y patrones de relación en general. Para poder construir un apego seguro, es necesario que el cuidador se muestre disponible, atento y acuda a las demandas del pequeño para poder consolarlo, acunarlo y satisfacerlo. A la vez que pueda disfrutar el contacto físico y afectivo con el niño de forma auténtica. Estas experiencias mandan mensajes al niño de que es importante, querible y que sus necesidades son válidas, permitidas y posibles de satisfacer. Esto favorece que el niño construya una imagen positiva de sí mismo, de sus emociones, así como del exterior, ya que siente que desde fuera puede ser cuidado y satisfecho.
Para poder responder a esta necesidad, es muy importante que los padres o cuidadores estén presentes, disponibles y comprometidos para el niño, atendiéndole de forma inmediata, cálida y consistente en sus momentos de malestar, especialmente cuando es un bebé, ya que no cuenta con los recursos para poder gestionar las emociones por sí solo. Cogerlo en brazos, acunarlo, acariciarlo, son elementos sensoriales que el bebé necesita de sus cuidadores, de lo contrario, no podrá regularse. La respuesta natural de la madre es responder de forma inmediata al llanto del bebé, esto responde a una necesidad real de ese momento en el desarrollo emocional de su hijo, ya que ser consolado cuando expresa malestar, es la única forma que tiene de sentirse seguro y querido. A medida que va creciendo, es importante que en las situaciones en las que no podemos acudir a su llamado, le demostremos que nos hacemos cargo de su necesidad, le demos una alternativa de qué puede hacer y cuándo podremos atenderlo. Muchas veces a nivel social, podemos encontrar miedos y preocupaciones relacionadas con satisfacer de forma inmediata los llamados del bebé, pero realmente es la respuesta que el pequeño requiere en esos momentos.
La necesidad de apego a su vez se divide en dos aspectos. El niño necesita tener una “base segura” y un “refugio seguro”. La primera, se refiere la necesidad del niño de tener la seguridad suficiente para poder explorar el mundo. Es decir, que reciba el cuidado desde la distancia y la motivación para que pueda alejarse de sus padres para experimentar, jugar y aprender por sí solo. Por ejemplo, animarle a que juegue en el parque mientras sus padres le observan desde una distancia acorde a su edad. Es importante evitar sobreprotegerle, mandándole mensajes negativos de su exploración cuando no correspondan a un peligro real, como por ejemplo “cuidado, que es muy peligroso”, “no lo hagas”, “te vas a lastimar”. A la vez que debemos evitar darle una libertad extrema sin supervisión. Lo ideal es poder animarle a que lo intente y que todo va a estar bien, mientras le supervisamos.
La segunda, el refugio seguro, se refiere a la necesidad del niño de ser consolado cuando en la exploración, se ha lastimado, se ha asustado o experimenta malestar. Para esto, es importante que sus cuidadores se muestren disponibles y con los recursos necesarios para poder regular sus emociones. Poder consolarle, validar que pueda estar triste o asustado, darle espacio para que se exprese y alternativas para solucionar sus problemas. Este aspecto también favorece que pueda separarse y explorar, ya que, sabe que si algo sucede cuenta con un refugio en el que puede recomponerse.
Es importante poder aprender a reconocer y diferenciar ambas necesidades en nuestros niños, para poder satisfacerlas adecuadamente. Identificar cuándo necesita mimo, consuelo, comprensión, cercanía y protección, para así acercarnos, abrazarlos, calmarlos, entenderlos y consolarlos. Reconocer cuándo necesitan jugar, explorar y separarse, para así poder animarle, darle confianza, ayudarle un poco y cuidarle las espaldas. Atender ambas necesidades de forma cálida y consistente, ayudará a que pueda construir un apego seguro, que repercutirá en una autoestima sana y en unas relaciones satisfactorias con los demás.
La regulación emocional: el niño necesita ser regulado y aprender a regularse
La regulación emocional se refiere a la capacidad que tenemos para gestionar las emociones de forma adecuada y satisfactoria. La construcción de estas habilidades en los niños va a depender de la propia capacidad de los padres o cuidadores para la gestión de sus propias emociones y las de su hijo.
La base de la regulación emocional parte del temperamento, que se refiere a la estructura biológica con la que nacemos, relacionada con el carácter, a partir de la cual se construye la personalidad. Podemos observarlo en diferencias entre los bebés en cuanto a, por ejemplo, sus ritmos de sueño, la facilidad para calmarse en momentos de distensión, sus umbrales de respuesta ante los estímulos, etc.
Al comienzo de la vida, los pequeños no cuentan con los recursos necesarios para regular sus emociones, por lo que inicialmente hay una dependencia absoluta del otro para poder calmarse. Según cómo sean acunados, sostenidos, tocados, etc, ellos podrán irse regulando, a la vez que poco a poco construyen las estructuras para progresivamente ser más independientes en su regulación. En un punto intermedio la regulación se da entre los dos, el cuidador detecta las señales de la emoción del niño y le ayuda a procesarla, para finalmente, ser el niño quien se regula a sí mismo, según lo aprendido en el vínculo.
Para poder regularles, es necesario que podamos estar sintonizados con la emoción que están experimentando, pero en un nivel de intensidad que les contenga. Es decir, no podemos estar más ansiosos o enfadados de lo que él está, sino empatizar con lo que está sintiendo y hacernos cargo de lo que aún no está preparado para hacer, poner nombre a la emoción, ayudar a que la acepte y dar recursos para tranquilizarle. Esto permitirá que el niño aprenda que las emociones no son peligrosas, sino que se pueden regular, a la vez que incorpora dichos recursos para gestionar su emoción.
La especularización: el niño necesita sentirse visto, reconocido y querido
Gran parte del desarrollo emocional del niño se produce en el diálogo y la interacción de éste con sus padres o cuidadores. En este proceso se habla sobre cómo es él, si es listo, gracioso, alegre, tranquilo, desordenado, etc, lo cual contribuirá a que poco a poco vaya creando su identidad y autoimagen según cómo es la relación y la imagen que le devuelvan de él. Es decir, el niño empieza a verse y sentirse a sí mismo, según cómo sus padres le ven y le tratan. El niño puede verse a sí mismo divertido si alguien significativo para él le ha visto divertido.
Para esto, es importante que los mensajes que le mandemos a nuestros niños sean positivos, pero también se correspondan con las capacidades reales. Es decir, que esa imagen que le mostremos, no se aleje de la realidad ni por exceso ni por defecto. Al principio, el niño necesita ser valorado y aplaudido por lo que haga, aunque sólo sea una línea en un folio. Progresivamente, debemos ir adaptando ese reconocimiento a los logros y capacidades reales del pequeño, en su justa medida, siempre desde la calidez y el afecto. A su vez, esto ayudará a construir sus metas e ideales, así como su capacidad para poder tolerar la frustración de que su “Yo real” a veces se aleje de su “Yo ideal”.
Para que el niño pueda construir una buena autoestima, necesita que le hayan estimado, sentirse querido y valorado le ayudará a que pueda quererse y valorarse a sí mismo. El padre o el cuidador cumple una función muy importante en este proceso, no sólo por lo que habla sobre el niño, sino también por el estado emocional que le acompaña. Para esto es importante que se transmita un sentimiento de aceptación y de que es importante para los padres. De esta manera, se atenderá su necesidad de ser querido y reconocido como valioso, pudiendo construir una autoestima sana.
Mariana Luque Santoro
Grupo Cuídate Psicología